Las modelos también se enamoran

A lo mejor me pongo profunda en este post queridas, pero sí, es cierto… las modelos también se enamoran. Aunque estemos de psiquiatra muchas veces, tenemos nuestro corazoncito bajo este cuerpo de medidas perfectas y grasa 0%

Hoy que es día de Sant Jordi y en Barcelona (ciudad donde viví 2 años) se celebra de una manera muy especial (rosa y libro) voy a hablar del AMOR.

Principios del siglo XXI. Yo era muy jovencita, llevaba 3 años en el mundo de la moda y ya me había convertido en portada de muchas revistas adolescentes, protagonista en diversas campañas nacionales e internacionales para Tv (que ya no eran vulgares anuncios de detergentes), modelo de marcas de ropa (también adolescentes) y había vivido en Barcelona y París. Viajaba con frecuencia (ya sin mamá -aplausos por favor-) por todo el mundo sin tiempo para pensar en nada más que en mi trabajo. Había perdido el contacto con mis amigas del instituto (si se les puede llamar amigas a esas borrachuzas que sólo pensaban en el botellón del fin de semana) y mientras ellas ya habían tenido su primera experiencia sexual en un sucio retrete de cualquier discoteca, yo ni siquiera había tenido mi primer beso. Mis labios sólo lo tocaban pintalabios de marca y crema hidratante por las noches. En fin, que una top model como yo, no tenía tiempo para el amor….. «Y pobre de ti como te descentres con esas tonterías» Me advirtió mi encantadora booker Estefania una vez.

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Un día de mi vida en New York

Pongamos que hoy estoy en New York. Y realmente es así, tengo varias sesiones que hacer por aquí.

Cuando vengo me alojo en un hotel cercano a Central Park y es la ciudad donde nunca me aburro y donde suelo levantarme más temprano porque tengo infinidad de amigos y si quiero verlos a todos, tengo que aprovechar el día. También por trabajo, claro… mi día a día en New York es un no parar laboralmente hablando. Soy afortunada por eso. Cuando era más jovencita y pasaba meses enteros en la ciudad que nunca duerme, también vivía al lado de Central Park, pero en un apartamento maravilloso. Al principio con otras modelos, después decidí independizarme. Vivir con modelos significa no tener el baño las 24 horas del día disponible para ti sola y eso no lo soporto, me desquicia, me pone de los nervios. Además son muy sucias y desordenadas, a menudo solía tropezar con zapatillas Converse y tangas y sujetadores por todos los rincones del salón. El sueño de cualquier adolescente pajillero.

Así que a continuación os detallo mi horario de un día cualquiera en New York. Pueden haber variaciones, cambios de última hora, etc Pero que hace una súper modelo como yo en un día cualquiera en New York?

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Si eres fea, triunfas fijo

Cara redonda. No tienes nada que envidiarle a las orejas de Dumbo, las tuyas son peor. Ojos separados, quizá grandes y saltones o minúsculos. Ah, no importa el color. Dientes separados, cuanto más mejor. Pelo grasiento, ralla marcada en medio o a un lado y coleta hacia atrás. Da igual el color, como si lo pintas de rosa. Alta, muy alta, tanto que casi todas las puertas se te quedan pequeñas. Y flaca, muy flaca… tanto, que podemos contar los huesos de tus costillas. Son las llamadas, MODELOS MUTANTES. Si eres así, puedes quitarme la próxima portada de la revista «XXXXX», el catálogo de «XXXXX» y estar sin mi en las pasarelas más importantes. Porque sí, la belleza está en los ojos de quien la mira y a algún chiflado extravagante, se le ocurrió la brillante idea de decidir que estas características físicas tan extrañas son moda y por lo tanto, pueden representar a una mujer sin complejos. Mientras tanto, nosotras las modelos guapas y las que son más normalitas pero no están mal, perdemos trabajos por culpa de estos adefesios. Hay mercado para todas… Claaaaaro…….. pero a costa de perder una millonada por estas frikis. Benditos años 90, cuando la fea era Kate Moss…

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Así empezó todo

Mi primer post lo voy a dedicar a contaros algo de mis inicios como modelo. En este diario encontraréis muchos tags que quizá os sean de vital importancia en vuestro día a día. Espero que podáis dormir por las noches si algún día (o durante varios días, quien sabe); no publico en este, «Mi querido diario».

Tenía 5 años cuando me subía a los taconazos de mi madre, le arruinaba sus pintalabios y ensuciaba sus sábanas blancas de colorete tono melocotón (el que mejor sienta a pieles color canela como la mía). Ya apuntaba maneras o a lo mejor todo era síntoma de querer llamar la atención por la reciente separación de mis padres. Sin embargo, aún faltarían 10 años hasta que después de mucho insistir y mucho dar pataletas, mi madre decidió acompañarme a una agencia de modelos. Finales de los años 90, Madrid. Las dos primeras agencias que visitamos eran nefastas y sus bookers unas estúpidas aprovechadas en busca de comisión. Sí, todo por la pasta. Este mundillo es así, no importa nada más. No sólo las modelos somos unas arpías, las bookers y algunas/os mafiosos/as directores de agencia, lo son más. A la tercera fue la vencida. Entramos en una bonita agencia situada en el centro de la ciudad. Era (y sigue siendo) un piso de principios de siglo XX enorme, con grandes ventanales y unas vistas increíbles a la ciudad. Vamos a ponerle nombre a mi primera booker. Estefanía. Sí, es un nombre que le pega a una booker aunque obviamente no se llamaba así. Después de hablar durante media hora, viendo qué posibilidades podía tener la «niña» (así me llamó durante años), me tomaron las medidas. Por aquel entonces, medía 1,75 (crecí 2 centímetros más) y pesaba 55 kilos.

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